Pablo Pérez en el Oeste de Caracas

martes, 5 de julio de 2011

Discurso de Orden, 5 de julio del 2011 Gobernador del Zulia, Pablo Pérez

Gráfica - (imagen referencial)

Primicias24.com (Prensa Gobierno del Zulia) – Ante todo debo agradecer el gran honor que se me ha concedido al asignarme este sitial como orador de orden en la celebración de nuestra gran fecha fundacional.

Nos hemos congregado aquí los zulianos en torno a este bronce imperecedero, y es bueno recordarlo a todo el país, porque en este sitio en el año de 1867 se erigió, por primera vez en Venezuela, una estatua al Padre de la Patria, el Libertador Simón Bolívar.

En esta plaza, llamada en otras épocas Plaza del Jardín, de San Sebastián, de la Pirámide, de la Concordia y de Bolívar, se conmemoró también hace 100 años, el primer centenario de la independencia de Venezuela. Y por eso, creí conveniente repetirlo hoy, en este bicentenario, porque como diría ese gran pensador español José Ortega y Gasset: “la plaza mayor es el gran salón de la ciudad”.

Hoy vengo como representante del Zulia, ante esta celebración nacional con motivo de esta magna fecha de los venezolanos, a rememorar como lo haría con lujo de detalles cualquiera de nuestros historiadores nativos, los antecedentes y sucesos de aquel año de 1811, en que anunciamos que Venezuela entraba a formar parte, como nación libre e independiente, del concierto de Estados del mundo.

Todos los que aquí estamos, conocemos que aquel 5 de julio de 1811, se declaró la independencia de Venezuela; que los hijos de los mártires precursores Gual y España, le hicieron al Generalísimo Francisco de Miranda, el regalo de pasear por primera vez en la hoy Plaza Bolívar de Caracas, la bandera nacional que él había traído en la expedición de 1806 en las costas de Coro; que Simón Bolívar desde la Sociedad Patriótica presionó para que sin temor pusiéramos la piedra singular de la independencia y echáramos a andar.

Todos sabemos que aquel no fue sino el comienzo de una larga epopeya que nos costó guerra y sufrimientos, porque si algún país derramó sangre, destierros, cárceles, muertes, para obtener la libertad, fue precisamente Venezuela.

Permítanme entonces que haga apenas un alto, para rendir homenaje a los hombres que como Bolívar, Urdaneta, Sucre, Anzoátegui, Arismendi, Páez, Piar, Mariño y tantos otros, en su condición de militares junto al soldado desconocido, hicieron posible la independencia. Pero que a la par lo haga a José Luis Cabrera, a José Gabriel Alcalá, Mariano de la Cova, Martín Tovar Ponte, Ramón Ignacio Méndez, Francisco Javier Uztáriz, José Vicente Unda, Lino de Clemente, Juan Germán Roscio y tantos otros, porque es bueno recordar a viva voz, que la obra de la independencia no fue solo una obra de militares, sino también de civiles ilustrados.

El 5 de julio de 1811 supuso la independencia de España pero, también y muy principalmente, fue un día de gran trascendencia política que todavía tiene vigencia. Muchísima vigencia, diría yo. Al romper con la monarquía, dejamos de ser súbditos de un rey; y eso nos convirtió en ciudadanos de una república independiente. El poder no estaría ya en manos de un solo hombre, de una cabeza coronada, sino de la sociedad, del conjunto de los ciudadanos, que a partir de esa declaración tendría el derecho de ejercer su soberanía; y el deber de darse el gobierno que más le convenga.

En suma, con el 5 de julio de 1811 emprendimos una ruta separada de las jefaturas absolutas y orientada a la responsabilidad de la ciudadanía, que entonces recibió el encargo de determinar su propio destino.

Esto fue posible porque había un grupo de venezolanos profundamente sensibles a los acontecimientos y a las aspiraciones de sus compatriotas. Los diputados de 1811, el liderazgo de la época, estaba en sintonía con los avances humanísticos registrados en el siglo 18. Me estoy refiriendo a dos verdaderas revoluciones que iban a cambiar al mundo y que todavía imantan las mentalidades: la Revolución norteamericana y la Revolución francesa.

De la Revolución norteamericana íbamos a tomar, por poco tiempo, el Federalismo; y de la Revolución francesa, los congresistas de 1811 leyeron con sumo cuidado la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, tanto la Declaración de 1789 como la de 1793. Dado que, tanto la americana como la europea se habían instalado con éxito en ambas costas atlánticas, era pertinente aplicar sus hallazgos en Venezuela, un país que pese a su pobreza y escasez de población, ya demostraba estar inclinado a la modernidad y al progreso. Nunca al atraso y la pobreza.

Es por ello que ya en diciembre de 1811, la primera Constitución nacional consagra la libertad de la ciudadanía, la igualdad de todos ante la ley y el respeto a la propiedad. Un proyecto político que surgió mirando al futuro, afirmándose en lo mejor y más justo que el mundo de entonces podía ofrecer. Esto es una gran lección para hoy, cuando desde el poder central se nos quiere imponer un modelo de gobierno ya fracasado, no en uno, sino en muchos países.

Los legisladores de 1811 interpretaron a cabalidad lo que ya era un sentimiento arraigado en lo más hondo del espíritu venezolano: no queremos mandones, repudiamos la intervención de países extranjeros en nuestros asuntos, exigimos ser iguales ante la ley y procuramos la prosperidad mediante el derecho a la propiedad privada.

La ocasión nos impone establecer un balance de estos 200 años de independencia. Imposible en la brevedad de este acto, enumerar todas las etapas por las que hemos pasado. Lo peor que pudiéramos hacer es engañarnos nosotros mismos. Cierto es que hoy no somos la Venezuela del siglo 19, donde casi el 82% de los venezolanos eran analfabetos, que en cierto modo vencimos a los terratenientes, que pasamos a ser un país urbano más que rural, que Dios nos bendijo con inmensas riquezas de perlas, oro, petróleo, hierro, asfalto, paisaje y naturaleza, pero que creo como dice la Biblia, tenemos que responder de esos talentos que nos dio el SEÑOR, nuestro Dios, para administrar.

Caída la dictadura en 1958 el pueblo se volcó esperanzado alrededor del proyecto democratizador y se cobijó con la esperanza de un modelo que les permitiera acceder a una mejor calidad de vida. Muchos fueron los avances en materia de salud y educación, pues en los sitios más recónditos de la geografía venezolana se construyeron escuelas y dispensarios; no reconocerlo seria innoble.

No obstante el sistema democrático comenzó a dar visos de decadencia y envejecimiento, como se evidencia a partir de las elecciones presidenciales de 1983 cuando la abstención se muestra en ascenso.

En 1998 se abre una nueva etapa de esperanza mediante la elección del actual presidente. Buena parte de la población que había sido excluida, sintió que podía acceder a mejores condiciones de vida; sin embargo, transcurridos casi 13 años los indicadores de pobreza siguen siendo notorios y a la vista de todos, lamentablemente, al tiempo que otros males como la inseguridad y alto costo de la vida se han acrecentado, por citar algunos.

Además de un pueblo dividido y confrontado, como nunca antes, seguimos teniendo una sociedad de excluidos y hasta perseguidos.

A 200 años de nuestra independencia sigue vigente la necesidad de cambio hacia una sociedad donde prevalezca la justicia y la libertad; una sociedad donde el color político y la opinión no sea castigada con la persecución, donde el sistema de justicia sea realmente independiente y eficiente, donde la policía persiga a la delincuencia y no amparen al narcotraficante, donde el sistema de salud funcione para todos los venezolanos y no solo para quienes militen en una tolda política, donde los programas sociales lleguen a todos sin distingo político; una sociedad donde cohabitemos todos mas allá de las diferencia de ideas, que sean mas bien estimulo para un mejor gobernar, y que aprendamos que el ejercicio de gobierno es con todo y para todos; que el dialogo fecundo prevalezca por encima de la violencia.

Una sociedad así solo es posible profundizando el modelo descentralizador y federal. Por ello hoy más que nunca, desde el Zulia, elevamos nuestra exigencia para retomar el camino descentralizador ratificado en la Constitución de 1999 que garantiza contar con gobernantes locales y regionales electos popularmente. Y esa descentralización no será real sino está acompañada de la transferencia justa y equitativa de competencias, y de recursos financieros a dichas instancias de gobierno.

Convencidos estamos que un bolívar administrado desde el Zulia, desde el Distrito Capital, desde Aragua o Apure; por zulianos, caraqueños, aragueños o apureños, rendirá más a favor de los ciudadanos que siendo administrados por el centralismo.

En consecuencia, los venezolanos debemos dar un paso al frente y acelerar el proceso de descentralización, actualmente detenido, pues esto ha impedido que los líderes escogidos por el pueblo en todas y cada una de las regiones del país, gestionen el bienestar social como respuesta a sus ciudadanos.

Cabe resaltar que la descentralización reclama enfocar la visión de futuro y consolidar la unidad que traduzca el esfuerzo creador de empresarios y trabajadores en generación de empleos y riqueza en beneficio de todos los venezolanos; esto debe ser prioridad en la praxis de los futuros gobiernos.

La conmemoración de este Bicentenario debe servir a los venezolanos para unirnos. La unidad a la que invoco es aquella que nos compromete por encima de las naturales diferencias políticas, para vencer juntos el flagelo de la inseguridad que desde el año 2007 ha cobrado la vida a más de 40 mil compatriotas; para que los 2 millones y medio de familias que hoy están excluidas de vivienda tengan un techo digno, y sobre todo propio, donde puedan tener sus sueños de futuro; para que más de Un millón 100 mil venezolanos desempleados tengan acceso a un trabajo seguro y bien remunerado.

Esta situación es mucho más dramática en los jóvenes, en edad comprendida entre 15 y 24 años, donde la tasa de desempleo alcanza la dolorosa cifra de 17,7 porciento. Esto quiere decir que más de 385 mil jóvenes no encuentran trabajo. Es triste presenciar como los jóvenes que salen de las universidades recorren un largo camino de incertidumbre, y sin norte definido en cuanto a oportunidades de empleo.

En tal sentido, se hace urgente devolverle el futuro y la esperanza para que dejen de sentir la necesidad de irse del país.

Con la misma gallardía de los protagonistas de 1811, los demócratas venezolanos de hoy nos hemos hecho presentes en la actual escena venezolana. Sin estridencias, sin banales excesos, sin groseras exclusiones. Venimos a sumar, a construir, a convocar los esfuerzos de todos los venezolanos que quieren una patria moderna y libre. Somos la generación del Bicentenario, la que no traiciona los postulados independentistas de nuestros mayores. Decimos como Juan Germán Roscio dijo al Congreso: “La Independencia consiste en no depender de ninguna nación extranjera”.

Venimos a transitar los caminos que han demostrado ser exitosos en el mundo y que alguna vez probamos en Venezuela, aunque tímidamente, con excelentes resultados: venimos por la descentralización. Venimos por el respeto a las regiones, a su deseo de desarrollo pleno, al respeto a su voluntad política y a sus autoridades elegidas mediante el voto.

Este día, los venezolanos renovamos nuestra brega por la descentralización como modelo que favorece a los ciudadanos de todas las regiones del país. Desde el Zulia retomamos el viejo grito: “que los ciudadanos de cada pueblo y región sean dueños y constructores de su propio destino”.

Todo no está perdido. Nada podría ser peor hoy, que quedarnos en la ambigüedad política y funestas indecisiones y aun de manera permanente en esta fiesta bicentenaria. Sería como detenernos en el devenir que nos corresponde como pueblo. Nada de regodearnos en un muro de lamentaciones por nuestros infortunios y adversidades, nos corresponde un futuro halagador.
Pero para ello hay que sacrificar nuestras diferencias, presentarnos unidos ante el futuro, atrevernos dar el paso de la unión. En esta plaza, como antes recordé, llamada una vez de La Concordia, jurémonos armonía. Que nadie malogre nuestra esperanza, que nadie en el futuro pueda acusarnos de perder esta ocasión.

Es que se nos está reclamando por encima de la cordura y el patriotismo, algo mayor, que es la seriedad en los proyectos. Venezuela está plena de inmensas riquezas, dentro de las cuales, la mayor es la humana, porque somos un pueblo joven y si lo podremos decir nosotros, que siempre nos hemos estimulado diciéndonos que la mayor riqueza del Zulia, somos los zulianos.
Con palabras del historiador Francisco Pérez Bermúdez, podemos señalar: “sobre las calles y jardines del esplendido y solitario paseo, hay aun un sol hermoso y chorros de luz magnifica que espera por nosotros para hacer cosas grandes y gloriosas”.

Venimos por el camino de en medio, el que nos traza nuestra Constitución; el de la independencia económica, el de la independencia cultural, el camino de la tolerancia y de la verdadera justicia.

Abramos nuestros brazos a la unidad de todos los venezolanos para que juntos luchemos como uno solo, en conquistar la nueva independencia.

Visualicemos la nación grande, próspera, de paz y desarrollo para todos por igual, donde el sol y nuestra Virgen Chinita iluminen sin distingo el camino hacia la nueva Venezuela.
Feliz Bicentenario, hermanos venezolanos.

¡Viva Venezuela!


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