Pablo Pérez en el Oeste de Caracas

miércoles, 27 de julio de 2011

Alonso Moleiro: La opera bufa de los restos del Libertador


http://www.lapatilla.com
julio 27, 2011


El titular del rotativo “El Correo del Orinoco” de hace un par de días tenía un contenido bastante singular: “Los restos del Panteón Nacional sí son los de Simón Bolívar”.

Aludía el periódico oficialista los resultados de las investigaciones hechas por la comisión de científicos designada por el Gobierno Nacional en torno a los restos del Libertador, todos los cuales, como se sabe, arrojaron algunos detalles colaterales de interés en torno la composición física, la humanidad y las causas de la muerte del Padre de la Patria.

Nadie agregó una coma, sin embargo, en torno al contenido del título, hijo directo de una obsesión presidencial completamente traída por los cabellos, bastante disparatada, si la vemos bien, y sin precedentes en la historia nacional. El título de “El Correo del Orinoco” es, ciertamente, bastante melifluo: resultó que ese sí es Simón Bolívar. En términos periodísticos, incluso, una falta bastante grave, porque es cualquier cosa menos una noticia: son un par de líneas pensadas para hacerle una reverencia a Chávez; equivalentes a presentar un titular ofreciendo un detalle técnico sobre el estado de las naves que trajo Colón.

¿Quién había sostenido, creyéndolo, que los restos de Bolívar no eran esos?

La última persona que puso en tela de juicio la autenticidad de los restos de Bolívar fue un tal doctor Izquierdo: médico colombiano que en los años 40 se apoyó de las tesis más peregrinas para tratar de sembrar en todo el país nacional de entonces la duda en torno a la autenticidad del cadáver depositado en el Panteón Nacional.

Izquierdo logró lo que se proponía: finalmente una Comisión mixta de Diputados de la Asamblea Constituyente, funcionando en el período que ahora conocemos como “el trienio adeco”, acudió a la fosa a cerciorarse de que, en efecto, ese era Bolívar. Los médicos y científicos de entonces se devolvieron con la noticia que ya todos sabían: aquel era el Libertador. Izquierdo quedó como lo que era: un redomado charlatán.

Todo el proceso legal y forense para abrir la cripta de Bolívar y reactivar un dilema, no digamos que recalentado, sino completamente superado, por inexistente, constituye, de nuevo, pero setenta años después, el resultado directo de un país institucionalmente desértico.

Venezuela es hoy una montonera en la cual cualquier antojo emanado desde el Palacio de Miraflores, por nimio o banal que parezca, se convierte en objetivo de estado. No hay funcionario público de su entorno que tenga ideas propias; no hay resquicio institucional que le presente matices a Chávez, ni siquiera si éstos son expuestos respetuosamente, ni hay instancia de gobierno ninguna que se atreva a contradecirlo. Este país está en manos de un capataz que se siente facultado para hacer lo que le de la gana con lo demás, y en tan lamentable propósito es acompañado por entusiasmo por un montón de ciudadanos.

Lo que estoy diciendo incluye, por supuesto, al minúsculo puñado de intelectuales que acompañan al gobierno, todos los cuales, como nos consta, presumen de ser irreverentes ante el poder, y mayoritarios en número, y que han guardado en este episodio -como en casi todos donde está comprometido su sentido del ridículo- un espeso silencio

¿Soñaba Hugo Chávez con abrir la urna de Bolívar para ver qué contenía el ataúd? Pues ahí están todos sus colaboradores para complacerlo; sus deseos son órdenes. Nadie se lo puede impedir, porque para eso es el presidente. ¿Está Chávez antojado con la hipótesis de que Bolívar era un zambo, que no murió de tuberculosis? Si lo dice el Comandante algo de cierto debe tener. ¿Cree el Comandante que a Bolívar lo mataron, que fue la oligarquía, el imperialismo norteamericano, independientemente de que la misma investigación que acaba de ordenar lo sigue contradiciendo? Amigos: lo dice el Comandante. Si no existe el argumento habrá que parirlo.

Y luego de esta elipsis argumental, aterrizamos en el risible titular del Correo del Orinoco, informándole a la audiencia el color del caballo blanco de Bolívar a un país atormentado por toda suerte de problemas y contrariedades, empeñado en dar por bueno cualquier disparate realengo con el objeto de agradar, válido si éste sale en boca del Primer Mandatario Nacional.

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