Pablo Pérez en el Oeste de Caracas

viernes, 4 de marzo de 2011

Vladimiro Mujica: Revolución para niños


4 de marzo de 2011
http://www.lapatilla.com

Mi nieta de seis años le preguntó a su papá que era la revolución. El origen de la pregunta no fue la escuela, ni alguna clase de adoctrinamiento especial dictada por zelotes bolivarianos, como algunos padres, sin que les falte mucha razón, temen que ocurra. No. Fue una de las mortalmente aburridas chácharas interminables que ocupan desde hace un tiempo el espacio de las radios comunitarias. Todas ellas están infectadas de narrativas “infantiles” cubanas, con alguna participación de la colonia cultural en que se ha convertido Venezuela, extremadamente ladillas, tremendamente retorcidas. Cuentos revolucionarios, fábulas revolucionarias, fantasías revolucionarias, radiadas continuamente como una letanía.

Mi hijo me pasó el encarguito de responderle a la niña y yo he estado pensando en que decirle. Termino por concluir que el asunto puede ser de interés para otra gente y me decido a compartir mis pensamientos con los lectores, pocos o muchos, de estas notas. Quizás debería comenzar expresando que cuando yo era un adolescente la palabra revolución tenía para mí un sentido mágico e intrínsicamente positivo. Yo crecí admirando la condición de ser revolucionario y me costó un conflicto interno muy sustancial aceptar, primeramente, que habían revoluciones “buenas” y revoluciones “malas”. Que las buenas presuntamente apuntaban a mejorar la vida de la gente y las malas la empeoraban. Más adelante aprendí que detrás de la imagen de un revolucionario había un ser humano cargado de defectos y virtudes como los demás. Otro paso, y entendí que muchos revolucionarios de fachada en realidad tenían agendas propias de poder. Otro paso más, y entendí que en verdad lo que caracteriza a una revolución es que es un proceso que trastoca las reglas, los paradigmas existentes. Que las revoluciones inventan su propia legalidad y que, con horrenda frecuencia, los procesos revolucionarios terminan sencillamente en el reemplazo de un grupo de malos en el poder por otro grupo de malos que se aprovechan de la desesperación de la gente por las acciones del primer grupo de malos que termina desplazado por el segundo.

Así las cosas no he dejado de creer en la magia de las revoluciones, pero ahora me siento más inclinado hacia las revoluciones del pensamiento. En el terreno social creo en la desobediencia civil como mecanismo para salir de las tiranías. En verdad estas pueden conducir a verdaderas revoluciones sin el riesgo de que las sociedades caigan en manos de una nueva oligarquía revolucionaria. Pienso en nuestra versión criolla, dizque bolivariana, dizque robinsoniana, dizque zamorana y me encuentro con todos los ingredientes de una gigantesca farsa histórica. Nuestra triste revolución nos ha hecho peores: más pobres, más corruptos, cada vez más dependientes de la voluntad de la oligarquía chavista.

Trato de encontrar un punto de equilibrio en la historia para la niña y me doy cuenta de que he terminado por escribir una historia para adultos. Quizás sea porque los asuntos complejos de una sociedad, así como las historias de la muerte, requieren de un grado de madurez mental que impide escribir textos revolucionarios para niños. Salvo para intentar manipularlos. Por ahí voy y no he respondido la pregunta.

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