Por Ysrrael Camero
(tomado del BLOG de Ysrrael Camero "Devenires y pensares": http://deveniresysrrael.blogspot.com/ )
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Cuando el proyecto democrático emergió después de la larga noche gomecista no dejó de causar temores entre los más conservadores, la movilización masiva, la aparición y expansión organizativa de partidos políticos y sindicatos, es decir, el nacimiento de la sociedad civil organizada venezolana, entendida como aquella ajena al sector militar y al clero católico, despertó viejos temores a la anarquía, al comunismo, al caos, a la guerra, en algunos sectores. De esta manera, desde que aparecieron los modernos partidos políticos democráticos en Venezuela apareció el fenómeno de la antipolítica, el antipartidismo.
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Desconfianzas distintas
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Una cosa es la desconfianza, vinculada al temor, sembrada en los sectores pobres, acostumbrados a sentir los rigores de un poder opresivo y dictatorial, cuya relación con la “política” decimonónica se limitaba al adolescente arrancado de la familia para formar parte de otra montonera caudillista, rumbo a otra guerra. La política del siglo XIX se hacía generalmente a caballo, armado, con un caudillo a la cabeza de una montonera. El campesinado de a pie, dígase, la mayoría de la población, era víctima de dichas guerras. De allí proviene un tipo de desconfianza, vinculada al temor, que pronto irá cediendo para impulsar al grueso de la población a participar activamente en la política democrática.
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Pero hay también la otra, la desconfianza del hombre de poder, de aquel que ha crecido dentro de las estructuras superiores, que ha ejercido el poder, que ha sido beneficiario directo y tiene una esfera de influencia vinculada a la Venezuela gomecista. En este caso la desconfianza frente a la emergencia de la democracia parte de una particular incertidumbre ante la posible pérdida que implica la aparición de las organizaciones partidistas, sindicales, etc., la movilización de unas masas, que hasta entonces formaban parte del paisaje. Así, el querer ser un actor de poder, el querer hacer política despreciando el oficio político moderno, despreciando a los partidos políticos como instituciones articuladoras, organizadoras, es la raíz de las actitudes antipolíticas y antipartidos. Aquel que quiere hacer política, ejercer el poder, ser político, despreciando el oficio de la política, atacando a los políticos, como oficiantes, y atacando a la institución partidista como tal, no a cual o tal partido.
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Detrás de este discurso antipolítico se evidencian diversas actitudes. La de aquellos que se consideran merecedores originarios del poder, sin necesidad de someterse a las complejidades de la política partidista, de los fastidios de la organización, la negociación, la movilización, del encuentro inter pares, etc. Hay quienes consideran que su pertenencia a determinado círculo social, determinada familia o grupo, le otorga automático merecimiento de un cargo de poder. El partido y la política organizada se convierten en obstáculo para alcanzar aquello que creen merecer por una especie de herencia social o cultural.
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Hay también otros que no parten de su virtud patricia para reclamar su lugar en el poder, sino que parten del ejercicio de un determinado talento técnico, como una manera de completar una bitácora laboral. Hay una antigua reivindicación elitista, la elite del saber, del conocimiento, el rey filósofo, que también podría considerar las complejidades desconocidas de la vida política organizada como un obstáculo para que la virtud técnica acceda al ejercicio del poder. La supuesta oposición entre técnicos y políticos, entre tecnocracia y democracia, entre gerentes y políticos, es argumento recurrente en este tipo de política antipolítica. Paradójicamente, el discurso militarista se vincula a éste último tipo de antipolítica.
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Militares, tecnócratas y civiles frente al proyecto democrático
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Vamos a recorrer un poco de historia. Desde su nacimiento la antipolítica y el antipartidismo han sido arma usada tanto por sectores del conservadurismo político y social, desde los inicios de la lucha democrática, hasta por algún radicalismo de izquierda, sobretodo en los tiempos del eclipse del proyecto democrático.
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Para empezar, la desconfianza frente a los partidos políticos caracterizó el gobierno lopecista, heredero modernizador del gomecismo. La creación de las Cívicas Bolivarianas pretendió, infructuosamente, construir una estructura, entre social y política, para hacer frente a la expansión de ideologías como el socialismo, la socialdemocracia, el comunismo, el fascismo. El fracaso fue estrepitoso.
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Durante la dictadura militar, que se extendió entre 1948 y 1958, la oposición entre la solución técnica y la política fue un discurso común a la elite gobernante. La creación de un Frente Electoral Independiente, donde no se encontraban políticos, para colocar a funcionarios gubernamentales en una Constituyente que le otorgara legalidad al despotismo militar se estrelló contra la voluntad de los electores el 30 de noviembre de 1952, obligando a los militares a apelar al fraude. Fue una década de discurso tecnocrático militarista contra los partidos, contra los políticos y contra la política.
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El gobierno de Marcos Pérez Jiménez se derrumba el 23 de enero de 1958. Los políticos retornan a sus actividades, organizar, proponer, debatir, negociar, movilizar, presionar, aspirar al poder. El conservadurismo elitista militar peleará por la defensa de sus fueros, los intentos de golpes de Estado de Castro León y Moncada Vidal, le recuerdan al liderazgo civil que el camino a la democracia aún tiene que enfrentar difíciles escollos.
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La democracia modernizadora y la pervivencia antipolítica
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La firma del Pacto de Puntofijo el 31 de octubre de 1958 inauguró más de dos décadas de modernización democrática en Venezuela, no sin dificultades, pero con partidos políticos suficientemente fuertes para sortearlas. Eso no impidió que aparecieran candidatos que jugaban a un discurso técnico, tecnocrático, carismático en contra de la masiva expansión de los partidos políticos, en contra del papel central que la organización partidista jugaba en la democracia, candidatos (no políticos, anti políticos, supra partidos, extra partidos) que tendían a mirar con sorna al oficio de la política, con una especie de reprobación moral.
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La candidatura de Arturo Uslar Pietri en las elecciones presidenciales de 1963 aglutinó a diversos sectores que rechazaban la labor que venían realizando los partidos políticos durante el gobierno de Betancourt. El discurso de Uslar se centraba en sus méritos intelectuales, literarios, en su experiencia política durante el gobierno de Medina Angarita, lo que se convertía en una crítica a la labor histórica de AD, y en el hecho de que no estaba sometido a ninguna parcialidad política partidista, intentando aglutinar un frente nacional. La “Campana” de Uslar Pietri sonó en Caracas y en algunas ciudades, alcanzando poco más del 16% de los votos, con 469 mil sufragios, llegando en tercer lugar, constituyéndose en un importante factor político dentro de la coalición que sostuvo a Leoni hasta 1966. La ruptura de la coalición y el retiro político de Uslar en ese año, tras señalar la imposibilidad de hacer de la política una labor honesta selló el carácter antipolítico de su retórica. La candidatura de Miguel Ángel Burelli Rivas en 1968, a pesar de contar con el respaldo de URD, puede ser interpretada también como una proyección alternativa política a los partidos.
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De manera más clara el discurso desarrollista de Pedro Tinoco en las presidenciales de 1973, buscando incluso apoyo en elementos del antiguo perezjimenismo, aglutinó a diversos sectores antipolíticos y antipartido. La victoria electoral de AD con Carlos Andrés Pérez en esas elecciones, y la votación de Lorenzo Fernández por COPEI, abrió el período de hegemonía bipartidista en la democracia venezolana, que se extendería hasta 1989.
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La campaña presidencial de 1978 trajo consigo la aparición del fenómeno mediático de la política venezolana, la candidatura de Renny Ottolina, carismático presentador de la televisión nacional, hombre de la publicidad y de los medios de comunicación de masas, con una influencia en la construcción de la opinión de la clase media venezolana. Su muerte, en un trágico accidente de aviación, alimentó interpretaciones que pretendían hacerlo ver como un peligro para el bipartidismo dominante. Un acercamiento similar podemos tener de la candidatura en el mismo proceso electoral de un joven Diego Arria, famoso por su eficiente labor en la Gobernación de Caracas y en CONAHOTU, pero éste apenas alcanzará menos de un 2% de los sufragios efectivos.
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El agotamiento del modelo y el auge de la antipolítica
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El agotamiento del modelo económico, evidenciado en el Viernes Negro de febrero 1983, implicó la ralentización del proceso de modernización democrática en Venezuela, contribuyendo a restar progresivamente poder de convencimiento a los partidos políticos.
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La década de los ochenta estuvo marcada entonces por la crisis económica, por la imagen del denunciador profesional, del periodista combativo que hacía públicos los casos de corrupción, que indignaban a una población que se iba empobreciendo paulatinamente, y por una creciente ola de discurso contra los políticos, los partidos y la política. La candidatura de un periodista conservador como Jorge Olavarría en 1983, cuyo trabajo en Resumen como denunciador implacable lo había convertido en un importante líder de opinión, se proyectó como la representación de la antipolítica y del antipartidismo.
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La creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) en 1984 fue la respuesta política a la crisis estructural del sistema, otorgándole un perfil abierto, incorporando personas más allá de los partidos políticos, del mundo cultural, académico, etc., para otorgarle una base de apoyo amplio a las necesarias reformas.
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La aparición del Grupo Roraima, que planteaba la sustitución de los políticos por los gerentes, exaltando la experiencia empresarial como credencial política, formó parte de una inmensa campaña de descrédito, no contra un político en especial, sino contra los políticos como un bloque unificado, no contra la labor específica de un partido político, sino contra la institucionalidad partidista en sí, contra la política como oficio, independientemente de que el político fuera adeco, copeyano o masista.
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Durante los ochenta se hace de uso común la diferencia entre el ciudadano y el político, entre el dirigente partidista y el miembro de la “sociedad civil”. El movimiento de organización vecinal adquiere un carácter crecientemente antipartidista. Aparece “Queremos Elegir” en su lucha contra el sistema de planchas y listas cerradas, en pos de la individualización de la representación en los cuerpos colegiados, buscando que el sistema transite de proporcional a mayoritario, concibiéndolo como una guerra contra los “cogollos” de los partidos.
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Las candidaturas de la Nueva Generación Democrática de Vladimir Gessen y de Olavarría en las presidenciales de 1988 parecían ser expresión de la nueva política, reacia a las organizaciones, a los partidos.
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Esta desembocará en el quiebre de los intentos de reforma de Carlos Andrés Pérez. Los saqueos del 27 de febrero de 1989, y la represión gubernamental posterior, debilitará la capacidad de gobierno de Pérez. La ruptura interna de los sectores políticos, sindicales, así como de los empresariales empezaría a resquebrajar un sistema debilitado en medio de un proceso de reformas marcados por la apertura económica y la descentralización política y administrativa. Inmensas campañas de los medios de comunicación contribuirían a debilitar el sistema democrático. Los golpes de Estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, protagonizados por una logia militar que había conspirado desde 1983, contribuiría a debilitar la capacidad de articulación política de los partidos, mientras el gobierno de Pérez terminaría derrumbándose en mayo de 1993.
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La aparición de “Los Notables” fue asimismo una expresión destacada de la retórica antipolítica y antipartidista. El vuelco de Rafael Caldera en 1993 le daría una profunda estocada al partido socialcristiano COPEI, el viejo dirigente socialcristiano llegaría al gobierno con un discurso contrario al status quo del cual había formado parte desde su construcción.
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La crisis de 1998: cúspide antipolítica, caída de la democracia
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Luego de dos décadas de crisis económica y de empobrecimiento social, de un conjunto infructuoso de intentos de reforma, y de un discurso permanentecontra políticos y partidos, llegamos a las elecciones presidenciales de 1998. Partidos políticos debilitados terminan articulándose alrededor de opciones como las de Irene Sáez y Henrique Salas Römer, quienes insisten en marcar diferencias y distancias contra los partidos. La opción más claramente definida como antisistema terminaría triunfando.
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Una reflexión sobre la antipolítica y el antipartidismo a lo largo del período 1998–2009 requeriría de otro dilatado artículo, que podremos publicar con posterioridad. Pero la tensión persiste.
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[Publicado originalmente en Venezuela Analítica ]
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