Los roñosos de la antipolítica
Pedro Lastra ND Noviembre 3, 2009
Vuelve a reavivarse la roña de la antipolítica, esa suerte de caspa espiritual que suele afectar a fracasados consuetudinarios y chupa sangres de la politiquería, e incluso a quienes sin los faldones de Jaime Lusinchi o Blanca Ibáñez y el salvavidas de Carlos Andrés Pérez no hubieran llegado a la esquina del Poder. Los más repulsivos son aquellos que trajinaron por los pasillos de Miraflores durante los peores años de la Cuarta República y en un interesado acceso de amnesia no sólo votaron por el teniente coronel, sino que pretenden de vírgenes vestales de la sociedad civil. Ex ministros en varias carteras - turismo, secretaría de la presidencia, información, cancillería -, ex embajadores en Suramérica y Europa e incluso seres que lo fueron todo en uno, el colmo del vampirismo de la Cuarta, que rumian su desesperanza y su despecho ante la atroz acometida de la senilidad y la ya insalvable pérdida de toda significación política. Lo peor de todo: escupen su baba maloliente en el plato blanco que les diera de comer. Y hasta los llevaran al parlamento. Hoy despotrican contra quienes les pusieron donde había pa’eso. Su culpa tienen: criaron cuervos, hoy les sacan los ojos.
Cuelgan de una columna concedida gracias a la gestión de un buen amigo, de la que no se sueltan ni por asomo. Así ya nadie los lea. ¿Quién tendría la paciencia de restregarse los ojos con creolina o sorber bocanadas de alcanfor ante quien nadie se explica qué demonios hace allí, jubilado de los asuntos públicos, que requieren más que amargo reconcomio y un pedacito así de generosidad y altruismo político, del que no poseen un adarme? O alguien cree que de esos gurús casposos se destilará algo más que babosería impertinente?
Pues entendámonos con la verdad en la mano: no estamos ante seres híper críticos con el alma en limpio. Que buena falta nos hacen. Estamos ante publicistas del acomodo que supieron acodarse en el árbol que les diera más sombra y cobijarse tras la popularidad de Carlos Andrés Pérez o Jaime Lusinchi, sin haber salido a buscar un voto ni en la panadería de su esquina. Amanuenses con estudios a medio terminar que en la desportillada tierra derecha de sus existencias no pueden sostener el belfo y quitarse de una vez por todas la vinagrera del alma. Dan grima.
En realidad no saben ni donde están parados. ¿Qué era Acción Democrática, qué era el COPEI, que era la Unión Republicana Democrática cuando en el país sólo se escuchaba la voz del coronel Pérez Jiménez y la charrasca de Billo Frómeta resonando desde el Club Militar? Héctor Pérez Marcano y Américo Martín, Simón Sáez Mérida y Moisés Moleiro pedían a gritos que alguien de “la vieja guardia” viniera a auxiliarlos para recabar fondos, que como a ellos no los conocían ni sus padres, cuando estiraban la mano para recoger con qué comprar papel bond les cerraban las puertas en las narices creyéndolos agentes de la dictadura.
Como también recibieron de ñapa la representación en España debieran saber algo de la transición. ¿Quién conocía en España a Adolfo Suárez que no fuera la Nomenklatura franquista, joven dirigente del Movimiento cuyo rostro recién se asomó cuando Franco tenía todo armado y bien armado y estaba a punto de estirar la pata? ¿Quién conocía a Felipe González? Ni el PS ni la DC chilenos existieron durante los años de tiranía pinochetista. Ricardo Lagos había sido un gris funcionario de la Universidad de Chile. Los países no salen de sus tinieblas con partidos al gusto de viejos roñosos y malignos. Se despercuden cuando pueden y siguiendo el ejemplo generoso de los que están dispuestos a dar sus vidas, no de aquellos que se refocilan en sus rencores.
Si en tiempos de Pinochet o Videla uno de estos ácidos personajes hubiera podido hablar libremente en contra de los partidos democráticos y sus dirigentes perseguidos, desterrados y encarcelados, hubiera cumplido exactamente el mismo papel de nuestros roñosos paquidermos del pesimismo nacional. El déspota gozará viéndolos destilar su veneno anti partidos. Tiran su ponzo y miran de soslayo, a ver si cae algún mosquito. Cuando engullen sus lenguas y vuelven cabizbajos a sus covachas no cosechan más que el desprecio de sus ex compañeros de partido y la lástima de quienes se la están jugando con sus vidas, sin seguro de vida ante el tirano como el que se obtiene cuando se caga la propia jaula o se escupe en el mismo plato.
La pregunta no es cuánto valen, sino quiénes los cotizan. Un flaco favor en la bolsa del comercio político. Morirán en la indigencia, esperando una embajada en el infierno que les sirva de eterno consuelo. Lo peor es que ya están en los infiernos. Dios se compadezca.
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